lunes, 14 de septiembre de 2015

Cuando la decisión es no (Adhesión al tratamiento)


Puedes ser el mejor psicólogo del mundo, pero es necesario que el paciente/cliente cumpla con las prescripciones que se facilitan para que su salud mental mejore. Sin el cumplimiento de estas prescripciones, sin la adhesión al tratamiento de los pacientes, la ciencia, por los menos la ciencia aplicada tal y como la conocemos no tiene sentido. No sería práctico disponer de una ciencia aplicada que nadie cumpla, se hace innecesaria. Y no solo afectaría a la Psicología, sino a cualquier ciencia que necesite de la colaboración de sus pacientes/clientes para poder ponerla en práctica.

Sin embargo los aspectos teóricos pueden quedar intactos. Cuando se planifica una investigación, las variables a considerar pueden ser casi ilimitadas y queda su elección al criterio del investigador. Los psicólogos en su investigación pueden considerar que las personas, los seres humanos, toman en consideración muchos aspectos para tomar la decisión de adherirse o no a un tratamiento. Existen sobre esta cuestión diferentes teorías todas ellas con aspectos interesantes. A modo de introducción se pueden citar: el Modelo de Creencias sobre la Salud (Becker - Rosentock, 1974), la Teoría de la Acción Razonada, el Modelo de Sistema Autorreguladores de Leventhal o la Teoría de la Autoeficacia de Bandura. De especial sobre aspecto, considero las situaciones de alto riesgo generadores de recaídas (Marlatt y Gordon, 1985), en las que se incluyen: 1. La presión social; 2. Estados emocionales negativos y 3. Conflictos interpersonales.

Creo que los aspectos aquí descritos por Marlatt y Gordon guían las decisiones de las personas más que otros ampliamente estudiados que constituyen decisiones racionales. No son los seres humanos tan racionales como son considerados en muchas ocasiones. En realidad, la racionalidad brilla en muchas ocasiones por su ausencia. El razonamiento, la utilización de costes y beneficios, el reforzamiento diferido, la lógica, y la planificación de objetivos, entre otros, si se dan, lo hacen  de una manera aislada. En esta línea se pueden destacar los sesgos de pensamiento como muestra de irracionalidad. Las personas no computan la información como un ordenador, no somos máquinas.

El entorno mental del individuo, definido como la propia vida interior del sujeto, su propia mente constituida por todos sus pensamientos, sus emociones, sus memorias, con sus actitudes, conforman la personalidad del individuo y le hacen único. Pero esta unicidad no es aislada, el sujeto se encuentra inmerso en un entorno social que le influye y al que influye. Así la mente individual y su entorno social son las que condicionan las decisiones de los sujetos.

Estas situaciones quedan aún más patentes en la sociedad globalizada en la que ahora vivimos. Las redes sociales, ejemplo paradigmático de este tipo de sociedad, son una válvula de escape para aquellos problemas que nos ahogan y fuente de muchos otros tipos, que no se considerarán. Así y a través de las redes sociales y de internet existen terapias on line que pueden ser muy eficaces si el grado del cumplimiento del cliente es elevado. Si el terapeuta está bien formado y preocupado por su trabajo y el cliente cumple con aquellas estrategias que se le facilitan, aunando su voluntad de mejorar, el éxito aunque sea parcial, está garantizado.

Pero quiero volver a las causas por las que las personas no se adhieren al tratamiento. Como ya se ha comentado existen diversas teorías. Considero que la causa principal que hace que una persona quiere iniciar o mantenerse en el tratamiento es una de las emociones más antiguas que acompañan al hombre como especie, no es otra que el primigenio miedo.

El miedo es anterior a las etapas de cambio de propuestas por Prochaska y DiClimente, en las que ya se tiene alguna noción de su existencia. Este miedo a la enfermedad es en realidad miedo a la pérdida, a la disminución, a la lesión, y en el último extremo a la pérdida de la propia vida, la muerte. Aunque el miedo no funciona solo.

Por ello hay que considerar la inminencia a esa amenaza, su cercanía. Cuanto más lejano en el tiempo se encuentre menor será la intensidad de la emoción de miedo. Otro aspecto importante es la certeza. Cuanta menos certeza se tenga de un posible peligro, menos sensación de miedo se tendrá. Las estadísticas reflejan la  medición de variables, entre otras el miedo, que son interpretadas en función de unos porcentajes. A modo de ejemplo utilizaré la conducta de fumar. Si el fumador de un paquete de tabaco, unos 20 cigarrillos, tiene en el transcurso de su vida un riesgo multiplicado por 4 de sufrir un infarto, se tomará una noción vaga del asunto. Los fumadores suelen citar a alguien que ha tenido un infarto a consecuencia del tabaco, pero también conocen a otros tantos que siguen aparentemente sanos. De esta forma, no existe ni certeza ni inminencia del peligro sobre el que se quiere prevenir ya que la referencia se hace al trascurso de la vida.

El miedo modulado por la inminencia y la certeza provocará una reacción, ésta puede ser la acción o la inacción. La acción hará que se tome conciencia de que existe un problema y una posible consideración hacia el cambio de conducta. Pero también podría producirse la inacción, entendida como indefensión aprendida en enfermos de larga duración o crónicos.

En definitiva, nadie debería dejar de recibir aquella ayuda que solicita, pero tampoco se dejará sin hacer un seguimiento a aquellas personas que han decidido decir no a su salud mental. La mera negativa a su salud mental que conlleve conductas de riesgo, debe ser considerada más como un síntoma que como una decisión personal.