miércoles, 10 de febrero de 2016

Reducir el Suicidio

     
     El suicidio de una persona supone siempre una gran pérdida. Es un fracaso para todos, es un fracaso social. Además no debemos olvidar a todos sus seres queridos, a todas aquellas personas que le conocían y que lloran su péridida.

    El suidicio se ha definido de diferentes maneras dependiendo de la fuente utilizada, pero en general, se puede considerar como un fenómeno que lleva implícito acabar con la vida propia. Las cifras de este suceso también varían en función de la fuente consultada. Se puede constatar que es un hecho que afecta cada año a miles de personas. Pero además del propio afectado existen una familia, amigos, compañeros, conocidos... La afectación de esta pérdida es mucho más amplia de aquella que las frías estadísticas nos pueden transmitir.

     El suicidio se suele considerar de tres formas teóricas diferentes: ideación suicida, intento de suicidio y suicidio consumado. El hecho de que se produzcan cualquiera de las tres ya me parece un fracaso, si bien como es obvio, su gravedad es diferencial. El suicidio consumado implica la pérdida irremediable de una persona. Para llegar a la muerte de una persona, como ya se decía, han tenido que fallar los apoyos sociales, además de los recursos personales aprendidos. Por otro lado, la tentativa de suicidio se podría definir como todas aquellas acciones que tienen por finalidad consumar el propio acto, la muerte de la persona, aunque por alguna circunstancia no llega a llevarse a cabo en el sentido que la persona desea. Por último, la ideación puede entenderse como todos aquellos pensamientos recurrentes, esporádicos o continuados que tienen como finalidad determinar la forma de quitarse la vida.

    El suidicio ha existido desde siempre, en todas las clases sociales y en todas la culturas. En ciertas sociedades puede llegar a tener un sentido ritual e incluso místico. Por desgracia, parece que seguirán dándose casos a tenor de nuestra historia. Ahora bien, lo que se sí se puede hacer, lo que debemos hacer, es tratar de prevenirlo y reducirlo todo lo posible. Los psicólogos como miembros de esta sociedad deben ocuparse y formarse en estas cuestiones, al igual que otros profesionales de la salud. Aunque también el resto de la sociedad podría ayudar... La prevención del suicidio debería ser un objetivo prioritario, debido a su gravedad y al número tan elevado de personas a las que afecta.

    Se han estudiado mucho y se seguirán estudiando aquellos factores que se considera que elevan el riesgo de infligirse un suicidio. Los factores de riesgo no implican que aquellos que los sufran vayan a cometer un suicidio de forma inexorable, sino que aumentan sus probabilidades. De forma que no son un dato fijo e inequívoco, aunque sirven para poder trabajar con ciertos aspectos de la realidad. Serían una manera para poder empezar.

    A modo de ejemplo, la relación del suicidio con la depresión ha sido ampliamente estudiada. A pesar de que no todo aquel que padece una depresión tiene intenciones suicidas. Ahora bien, existe un relación (correlación) entre ambos conceptos, por lo que tratar de forma eficaz esta patología paliaría mucho el riesgo de autolesionarse. También se ha encontrado relación con los trastornos adictivos, es decir, con el abuso de sustancias como el alcohol o las drogas.

    La familia disfuncional o desestructurada parece que tendría también su influencia. En este concepto creo que existe un problema de base: la propia definición de familia disfuncional. En la actualidad muchas familias son diferentes al modelo tradicional de familia. El divorcio, el matrimonio libre, la adopción... son fenómenos sociales que deberían ser enriquecedores para aquellas personas que optan por ellos. Son una alternativa positiva. Ahora bien, si por disfuncional o desestructurada entendemos que son aquellas familias con problemas con la violencia, los abusos, las adicciones; entonces los datos ya no están tan claros. No porque no haya una relación entre ellos, sino porque ya no son datos tan públicos. Los sucesos que ocurren en el "hogar" solo los conocen los que allí viven, porque cuando trascienden fuera del ámbito doméstico, al de los profesionales, tienen díficil solución. Cuando son públicos es porque el daño ya está hecho.

    Un aspecto en el que parece que existe cierto acuerdo entre los teóricos es el concepto de la desesperanza. Existe al respecto una Teoría de la desesperanza que la definiría como un estilo atribucional. A grandes rasgos, podría explicarse de la siguiente manera: cuando a una persona le sucede algo en la vida ya sea bueno o malo tiende a buscar un responsable, ya sea una persona o una situación. Si a mi me sucede algo que considero negativo (un accidente con el coche, por ejemplo) me voy a considerar responsable del accidente, culpable, pero además no solo de esta situación negativa, sino de todas aquellas que me vayan ocurriendo. Esta forma de pensar me llevaría a una concepción fatalista sobre todo lo que me habrá de acontecer en el futuro. Mi esperanza en una vida feliz se esfumará.

    En los últimos años la sociedad ha sido y es más consciente de un fenómeno, por desgracia, conocido y habitual: el acoso escolar (bullying, en inglés). El acoso escolar se ha dado desde que los niños van al colegio. Es una mezcla de inmadurez, insensibilidad y mala educación. Además no es solo un problema de niños... Reducir los casos al máximo y paliar sus consecuencias también sería muy importante.

    Por último, quisiera tratar el tema de estigmatización. En este aspecto determinado puede considerarse como que toda persona, niño, adulto, o anciano que haya intentado quitarse la vida llevará un "cartel" social, una etiqueta pegada a su nombre para todos aquellos que lo conocen, haciendo que sea tratado de forma diferente. El intento de suicidio es un síntoma de enfermedad. Todas las enfermedades deben ser tratadas llegando a ser curadas o paliadas. Siempre intentando mejorar las condiciones de vida del paciente. Por tratarse de una enfermedad mental no se debe juzgar a una persona de forma diferente a los demás. Todos somos susceptibles de enfermar y eso nos debería hacer más sensibles y respetuosos con aquellas personas que están o han pasado por ello.

    La salud mental debería ser un objetivo público prioritario. No voy a considerar aquí los ámbitos políticos y administrativos en los que debería tratarse, ya que esa es otra historia. Tengo la certeza de que todos podemos hacer algo a para paliar o prevenir los factores de riesgo que grosso modo han sido introducidos.

    Cuando un conocido nuestro, no es necesario que sea un amigo o un familiar, se comporta de modo diferente, se le puede preguntar con toda la naturalidad del mundo si se encuentra bien, o simplemente que cómo de le va. Cuando alguien en la calle se cae al suelo, casi de forma inmedianta acude alguien para ayudar a levantarle. Si te sientes triste es diferente. Es posible que alguien te pregunte un par de veces y si no contestas, nadie va a insistir mucho más. Si estás solo "diferente" un tiempo, alguien pensará que has cambiado, te pondrá una etiqueta social, un cartel, y no hará más que, con suerte, ignorarte. Falta educación en la tolerancia a la diferencia y eso hace que se ataque al que no va igual que los demás, ya sea en ropa, pensamiento, religión... en este caso es la enfermedad. Esa enfermedad mental que no es la enfermedad habitual, es más desconocida, escurridiza, para la sociedad. 

    Si esto sucede en el mundo de los adultos, en el de los niños suele ser peor. Su inmadurez hace que si no tienen la guía que necesitan elijan la actitud inadecuada. Los niños necesitan de sus padres o madres, de sus seres queridos, para que dedicándoles mucho tiempo, les expliquen el mundo; para que no lleguen a interpretarlo desde el punto de vista del primero que pase por sus vidas. Más tarde emprenderán su propio camino.

     No debemos olvidar nuestra edad dorada, aquella a la que tod@s aspiramos a llegar, llenos de sabiduría: nuestra vejez. Todo lo que se ha presentado aquí de forma intemporal, también va dirigido a ellos. Nuestros ancianos son un peldaño fundamental de nuestra sociedad. La experiencia en la vida, en cómo vivirla, es una fuente de conocimiento que es infravalorada. La juventud siempre ha estado de moda, pero por eso mismo, los jóvenes cometen errores que bien podrían ser enmendados con unos valiosos consejos de aquellos que ya han caminado por esa senda. 

    Finalmente, un número muy elevado de personan que deciden acabar con su vida, lo comunican, se lo dicen a alguien, lo expresan ya sea de manera verbal o por escrito; indican su ideación suicida. Los expertos han llegado a un consenso: escuchar. No hay que ser médico, ni psicólogo, basta con tomar en serio ese comentario que se ha oído. Y si uno no puede ayudar, pues entonces orientar hacia otro que sí pueda. Informaré a mi amigo/conocido/familiar hacia un profesional de la salud mental. Pero insisto, es fundamental escuchar al que pide ayuda.


Fco. Morcillo es Licenciado en Psicología.

    


    
   

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