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Homo comunitatis (continuación)

 


En el entorno comunitario siempre hay un interés en las conductas altruistas, pero cuando se trata de conductas más sociales, no ya tan biológicas, como la amistad, podemos pensar que las conclusiones podrían cambiar. Una vez más la evidencia indica que sigue existiendo cierto egoísmo biológico porque a fin de cuentas lo que se pretende es obtener algo de ese altruismo. Es cierto que ya no se pretende que nuestro acervo genético llegue a futuras generaciones, pero sí producen ciertos beneficios. La amistad en humanos determina la integración en grupos, apoyo social, relación, todos ellos tan descriptivos como subjetivos.

La subjetividad condiciona los mecanismos de recompensa del cerebro. Nuestras hormonas, y en concreto las endorfinas, son las responsables de la sensación de felicidad que puede proporcionar ese sentimiento de comunidad, de integración, al sentirse acompañado de las personas o el entorno apropiado.

Lamarck, el naturalista francés defendía a finales del siglo XVIII y principios del XIX, que la función crea el órgano y la necesidad crea la función. Desde este marco de referencia la sociedad es creada por el ser humano como necesidad y por lo tanto, es esta la que nos condiciona. Pero a pesar de los años de convivencia del hombre en comunidad esta solución a nuestras necesidades como especie no es perfecta y se va acondicionando de manera paulatina.

Desde el punto de vista de la Psicología Individual, este aspecto es tratado bajo el concepto de sentimiento de comunidad. Este es un concepto amplio que tiene muchas inervaciones en su teoría. Desde marco de referencia se indica que la humanidad no ha progresado lo bastante para que el sentimiento de comunidad sea consustancial al hombre y funcione de manera automática. Por suerte, hay esperanza en esta teoría, ya que indica que vendrá una época, muy lejana al parecer, en la que se alcanzará ese grado, y aquí de nuevo volvemos a ser lo que somos, a menos que la humanidad naufrague en el curso de su evolución.

Así el homo comunitatis, ya sea por limitaciones propias de la especie o por limitaciones de los individuos que en ella viven, sigue disfrutando de su egoísmo natural y justificando así su necesidad de comunidad.


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